7. La Transhumanización: es la fase decisiva de la
transición de la humanidad. Es la última etapa que cumple las condiciones para
que el ser humano pueda entrar en el proceso de su adolescencia divina. Es
bastante corto, como de repente la abertura de una puerta como el joven
adolescente que deja por la primera vez su entorno familiar limitado para
entrar en una gran escuela. Da la impresión como salir de una tumba con límites
para entrar en un nuevo campo de luz entre vivos que aspiran a una vida con más
coherencia (maestría), más belleza (orden), más perfección (ideal) y más
plenitud (unión).
El paso inicial va junto con
una liberación de las condiciones planetarias que estimularan la puesta en marcha de este proceso de la
ascensión espiritual de la humanidad, tanto a nivel individual como a nivel
colectivo. Estimulará la conciencia humana de volverse más responsable como
“ser co-creador” del Creador Único.
Es simbólico un año pero las
consecuencias sobrepasan sus límites temporales y necesitan un periodo de
algunas decenas de años de adaptación, de aprendizaje y de iniciación en la
nueva gran escuela de la vida. Finalmente, el paso del ser humano al estadio
superior de su adolescencia divina será un proceso de varios siglos y contara
la era de acuario.
Significa un salto cuántico
de liberación progresiva de las energías interiores de las fuentes de vida y su
armonización con las energías exteriores por el cual se crearán las condiciones
de paz necesarias para poder vivir la vida de una manera más calmada,
cumpliendo, creativa y festiva o ceremonial.
Tendrá tres etapas que juntas forman la transhumanización.
Aunque el proceso de la de
eterización espiritual es conocido en otros planos del universo, el espíritu
del ser humano encarnado todavía no tiene mucha experiencia en este nivel en la
tierra. Ya conocemos el reino de la luz divina gracias a Jesús. Así los
cristianos pueden pretender estar entrando en él pero como es tan difícil el
liberarse del impacto dominante de los condicionamientos materiales, esperan
entrar después de la muerte. Pocos tienen el éxito de vivirlo conscientemente
en su vida ordinaria.
Podemos evocar tres etapas
en el proceso de la transhumanización:
1. La resurrección: es la iniciación en la vida del reino divino de la
luz del Espíritu Uno. Es la revelación de la vida de la luz del espíritu por encima de la muerte en nuestras
encarnaciones. Es la primera fase de la transhumanización del ser humano. Va
junto con la disolución y desaparición
de las viejas referencias que han alimentado la conciencia de subordinación
del niño divino hasta ahora. Se siente al principio como una pérdida de las
referencias de la vida material conocida hasta ahora (Mat. 27,46: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?) Es necesario hacer un salto para
liberarse de los viejos conceptos de la vida.
Estamos en el periodo de los
cambios de las condiciones de la vida planetaria donde su preparación se ha
hecho sentir desde hace algunos decenios y se confirma cada día más. Empuja a
la humanidad a cambiar y a buscar la Verdad de la luz espiritual.
Según nuestras informaciones
irá junto con el proceso de la desintegración de la luna como un proceso de
purificación de la atmósfera emocional ensombrecida de la tierra. Liberará las fuentes emocionales sutiles o astrales
superiores, espiritualmente más luminosas y transparentes del ser humano con
el fin de perfeccionar su sensibilidad espiritual y su discernimiento. Abrirá
las dimensiones superiores, más sutiles de la vida, hasta allí presumidas para
muchos pero no todavía desveladas y solo excepcionalmente accesibles a pocos.
La resurrección es el
proceso de unión divina o de “crist-ali-zación” (proceso de estado de unificación
en el amor del Principio Uno) que se focalizara alrededor el reconocimiento del Instructor del Mundo. Ya hemos explicado que este reconocimiento es más un evento colectivo, que se concretiza en cada uno, que un evento
aislado en una sola persona con el riesgo de continuar así las viejas
tendencias de sumisión y de subordinación.
Esta focalización colectiva
del Principio Padre en el Espíritu del Instructor del Mundo como Principio
Colectivo de Hermandad es el paso de
compasión del Espíritu Uno, invocado por
muchos humanos para que la
luz de la verdad de su mente divina pueda venir a la altura de la mente de cada
ser humano. Es la única manera para permitir una comunicación que sea
comprendida como la voz experimentada y solidaria del anciano espíritu de la
humanidad (Ava (abba)-lokesvara: la voz del padre, señor del mundo que considera las
llamadas o las necesidades del mundo) por su resonancia por dentro de cada uno,
dispuesto a oírlo.
En realidad, el Espíritu Uno
focaliza su solidaridad en los seres humanos para que reconozcan cada uno su
propio papel de Instructor a su nivel. Sin esta solidaridad la espiritualidad
quedará en el aire, bloqueada como un privilegio abstracto, sin hacerse
concreto en todos.
Hace dos mil años el
Principio Creador era revelado al ser humano como el Padre. Nos enseñaba que en
Él estamos todos “uno o cristo”. Para poder anclar ahora la solidaridad de este
principio entre todos, el plan divino ha previsto que el Espíritu del
Instructor del mundo se presente como el Principio de igualdad del servicio fraterno entre todos los seres humanos encarnados.
Se puede comparar con los anillos de las gotas de lluvia que se alejan desde el
centro a la superficie de un agua tocada por una nueva fuerza. No toca solo a una
persona sino también a las personas del entorno, abiertas y preparadas. La
interactividad de los círculos forma poco a poco un movimiento que tocará
finalmente toda la humanidad.
Así está previsto que la
instrucción del nuevo orden luminoso se hara en grupos solidarios de hermandad entre personas de diferentes niveles.
Desde el hecho que se consideran como hermanas y hermanos de una familia se dan
confianza, aprendiendo a respetar el uno al otro y a través de sus diferencias llegar a mejores
relaciones de entendimiento (o acuerdos).
Estos grupos se darán cuenta que lo que viven es un resultado colectivo
del pasado en cual cada uno según su potencial está comprometido para perfeccionarlo.
Como nada se hace por azar, en el espíritu de la confianza solidaria se
desbloquea la memoria del pasado de cada uno y el reconocimiento de hechos y de
personas ya conocidos.
Ya hemos indicado la
necesidad para el ser humano de ver la vida por encima de los límites de la
muerte con el fin de poder tomar las decisiones que conduzcan a las mejores
coincidencias para entender y cumplir el propósito divino. Cortados de la
memoria de las experiencias de nuestras encarnaciones en el pasado, somos iguales que árboles cortados de sus raíces.
Estaremos como fijados y condenados en un papel de sumisión de desigualdad,
para el uno en forma de oportunidades, para el otro en forma de mala suerte. Será
como una visión muy corta de la vida con una injusticia incomprensible de la
parte del Principio Creador que pesa sobre nosotros, limitando extremamente la
realización de nuestro potencial de igualdad, de libertad y de fraternidad
divina con los demás.
En verdad, El Principio Uno
del Padre es universal, inteligente y justo. Su Espíritu, en el cual existimos
y participamos como individualizaciones particulares, va por encima de los
límites de las condiciones formales, temporales e intensas de la manifestación.
Da a cada uno un potencial que crece según su progreso en conciencia y su
habilidad de responder a la cocreación. Aún siendo cada encarnación única, no
obstante cuadra en ciclos de evolución permanente a la vez materiales y
espirituales, individuales y colectivos, si no el universo, no podría conocer
nunca una armonía y jamás podría conocer su propio crecimiento.
Las diferentes posibilidades
de relación entre las encarnaciones de los seres humanos conducen finalmente a la esencia de toda relación: somos
todos por naturaleza hermanos y hermanas
divinos, creados como iguales del mismo Padre. Ninguna guerra puede justificar
la supremacía del uno sobre el otro.
El estado de hermano y de
hermana es el estado interactivo o
intermedio absoluto, presente en todos los niveles de nuestras relaciones.
Es un estado solidario entre iguales, de respeto mutuo total, universal o neutro que
no pone condiciones. A pesar de nuestras diferencias es un estado libre
para expresar valores humanos universales como bondad, dulzura, paz, armonía,
verdad, amor y sabiduría.
A pesar de las diferentes
relaciones familiares que los seres humanos puedan tener entre ellos, todos
tienen el estado de ser como hermanos o hermanas del mismo origen (Padre) con
la misma finalidad de vida. La palabra hermano (germà en catalán) viene de la
palabra germánico de “herman, hariman” o hombre que combate y que viene del
mismo germen. Por eso San Germain (asociado al espíritu de San Josep, patrón de
las familias) es el patrón de la agrupación (unión) de los seres.
El estado de hermandad es un
estado de conciencia que une la humanidad no sólo con la vida terrestre sino
también con los diferentes niveles de los reinos del Espíritu de Luz. El
propósito divino ha previsto la liberación de estas dimensiones de la vida por
medio de la comunicación solidaria del Instructor Interior en cada uno.
Debería empezar como un reconocimiento entre pequeños grupos
de personas de su entorno, a través de convivencias en las cuales todos pueden
participar como expresión de sus deseos y aspiraciones espirituales comunes
reconocidas. No es tan importante hacer cosas extraordinarias. Es más
importante liberar las tensiones y bloqueos mediante actividades simples o una
creatividad simple, adaptados al momento para armonizarse con el fin de estar
más unidos. Es en la familiarización de
su interactividad como puede liberarse la memoria de las almas. De esta manera
debería crearse la confianza de una comunicación solidaria directa de corazón a
corazón y de alma a alma, propia de las expresiones fraternales.
De esta manera debería
aclararse en el futuro el principio de la inmortalidad de la vida, no solo como
un proceso individual. Además para muchas personas será demasiado difícil para
reconstituir los rastros de su pasado por falta de experiencias de conciencia
individual cuando sus experiencias
anteriores fueron sometidas a la conciencia de la masa. Efectivamente, es al
mismo tiempo la experiencia de un proceso colectivo de grupos más o menos
variables de personas los que sirven como referencia del progreso espiritual a
nivel individual.
Formamos finalmente familias
espirituales que progresan en la fraternidad universal cósmica por encima de
los límites de nuestras encarnaciones. Finalmente, es por medio de esta
fraternidad como podemos progresar sobre
el camino de inmortalidad hacia la unión con el Padre que el Instructor del
Mundo indicaba en su encarnación del hombre Jesús. Se confirmarán así sus
palabras que para llegar al Principio Uno del Padre cada uno pasará indispensablemente
por el estado de las moradas de fraternidad con Él, como un ser “cristo despierto”. Todo eso va junto con
el desarrollo de la conciencia cósmica en el ser humano, previsto por el plan
divino. Esta unión en la inmortalidad se revelara según el despertar de la
conciencia humana en la nueva conciencia colectiva de fraternidad.
2. La Gran Transición, en el sentido propio: los cambios planetarios y
de su entorno deberían facilitar la interactividad de la humanidad con las
moradas cósmicas y llegar a la revelación de su propio papel en la evolución
cósmica. Con el crecimiento del adolescente divino en el ser humano empieza
también su iniciación, su ascensión y fusión progresiva en la vida divina de
los niveles del espíritu. Concretamente ira junto con la eterización progresiva de la
materia.
Implica relativizar la
importancia de la vida terrestre en función de la realización de la divinidad
del ser humano a nivel del universo. Es un cambio de actitud en la mente por
mantener una tensión permanente focalizando LAS REALIDADES SUPERIORES de
nuestro Ser superior. Son las realidades que se juntan más en más para fusionar
en el espíritu Uno.
Este paso implica la
revelación y la experiencia del espíritu humano para poder estar focalizado,
presente y encarnado a la vez en diferentes niveles de la vida cósmica como el
Espíritu Uno en sí mismo. Hará comprender que el camino hacia el Padre se
vuelve un camino de unión y de fusión cada vez más intensas y perfectas con
toda su creación en la que se reconoce a sí mismo como co-actor solidario cada
vez más activo. Es un camino que acaba la transpersonalidad del Principio Uno, por encima de todo ego divino
según el principio que “el más grande es
en el más pequeño e inverso”.
3. La negación: El todo conduce a la madurez de la adolescencia divina
por medio de la actitud de negación: es la última etapa en la cual el ser
humano volviéndose “divinidad” deja la importancia de su personalidad como
referencia exclusiva. Estará dispuesto a morir a su estado de conciencia
separada del Principio Uno para cumplir su mejor servicio al propósito divino
del universo.
La negación es una actitud
de hacer todo en el servicio de la perfección del plan divino y de abstenerse
de todo lo que no es para beneficio de él.
En este momento el ser
humano se vuelve un ser divino real. Ha terminado su transhumanización y está preparado para hacer su ascensión en
los niveles superiores de las moradas del Padre. Empieza su iniciación de ser
divino adulto, dotado de alguna maestría de una divinidad que va expandir para
participar cada vez más activamente en la creación de la Deidad Universal del
Principio Uno, fusionándose.
En este Espíritu de Unión
aprenderá a realizar el poner el potencial de su divinidad al servicio del todo
en la dirección a poder crear su propio universo para el mayor servicio del
universo central.
Damos al fin un resumen en
forma de esquema de síntesis del propósito de la transición humana.
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